Desde los inicios, la Comunidad se ha dedicado fundamentalmente a la búsqueda de Dios, siendo fiel así al carisma Cisterciense, que por fidelidad a la Regla de San Benito, se traduce en un ponderado equilibrio entre oración y trabajo, como se ha ido realizando a lo largo de la historia desde que San Benito en el Siglo VI escribiera la Regla y fuera cauce para vivir el Evangelio. En el momento de la fundación del Nuevo Monasterio (Cister) en el año 1098 los primeros monjes Cistercienses quisieron vivir en toda su pureza la Regla de San Benito.
Como es sabido la espiritualidad Cisterciense, cimentada en la Regla de San Benito puede sintetizarse en la expresión “Ora et Labora”. Nuestra Comunidad ha intentado ser fiel a este principio a lo largo de su existencia, acomodándose a las diversas épocas de la historia.
En el momento actual, y como fruto de aquello a que en su día nos exhortó el Concilio Vaticano II, la Comunidad ha procurado sentir con la Iglesia; por ello ha acomodado la Liturgia de la Horas a las disposiciones de la Sacrosantum Concilium. Así mismo ha tenido muy presente el Decreto Conciliar sobre la renovación de la vida religiosa (Perfectae Caritatis); la Declaración del Capítulo General de la Orden Cisterciense sobre los principales elementos de la Vida Cisterciense actual (1968-1969) y todo aquello que ha emanado de la Santa Sede y de la Orden para una digna y eclesial renovación de la vida Monástica Cisterciense.
La Regla de San Benito expresa un carisma que sigue siendo actual para el hombre de hoy. Porque hoy día se da una importancia muy grande a la parte física y corporal del hombre y se quiere muchas veces negar y dejar aparcada la parte espiritual del hombre, como algo sin valor.
Esa ruptura divide y rompe al hombre en lo más profundo de su ser, y crea angustia, y sin sentido. El hombre es una moneda con dos caras, cuerpo y alma, materia y espíritu, y sólo cuando se viven en unidad y armonía el hombre encuentra la paz.
La Regla expresa en ese ideal “Ora et Labora” el camino que lleva al hombre a ser él mismo en ese equilibrio humano entre el trabajo y todas las facetas corporales del hombre y la oración, que implica esa relación personal con Dios, esa búsqueda de Dios en todas las cosas, que da sentido a su existencia y le hace posible vivir en unidad consigo mismo, con Dios, con los demás hombres y con su entorno.
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