La orden cisterciense (en latín: Ordo cisterciensis, O.Cist.), igualmente conocida como orden del Císter o incluso como santa orden del Císter (Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.), es una orden monástica católica, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098, se encuentra ubicada donde se originó la antigua localidad romana Cistercium, próxima a Dijon, Francia, en la comuna de Saint-Nicolas-lès-Cîteaux, del departamento de Côte-d’Or de la región de la Borgoña.
La orden cisterciense desempeñó un papel protagonista en la historia religiosa del siglo xii. Su influencia fue particularmente importante en el este del Elba donde la orden hizo «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras».
Como restauración de la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden cisterciense promueve el ascetismo, la liturgia, dando importancia al trabajo manual. Además de la función social que ocupó hasta la Revolución francesa, la orden ejerció una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.
Los cistercienses marcaron la historia con su espiritualidad hasta irradiar a todos los sectores de la sociedad. Son orantes que buscan observar la regla de San Benito y guiar a los fieles hacia «la contemplación de Cristo encarnado y de su madre, María». Esta espiritualidad se basa en una teología que exige ascesis, paz interior y búsqueda de Dios.
El objetivo de la espiritualidad cisterciense es estar atento a la palabra de Dios e impregnarse de ella. Al entrar en el monasterio la monja lo deja todo. Su vida está regida por la liturgia. Nada debe perturbarla en su vida interior. El monasterio tiene como función favorecer este aspecto de la espiritualidad cisterciense. La arquitectura de los monasterios debía responder a esa función siguiendo las instrucciones precisas de Bernardo de Claraval. La vida cotidiana de la monja desarrollada de modo regular es la condición para su paz interior y el silencio, propiciando la relación con Dios. «Todo debe llevar a ello y no distraer de ello»